
En este salón, donde el oro de las hojas caídas se desliza por los ventanales, la opulencia se siente casi absurda. Un sofá de terciopelo, como un susurro de excesos, abraza la soledad de la tarde; y, entre las sombras, un árbol de Navidad se erige, como un monumento a la inminente decepción de la alegría.
En este salón, donde el oro de las hojas caídas se desliza por los ventanales, la opulencia se siente casi absurda. Un sofá de terciopelo, como un susurro de excesos, abraza la soledad de la tarde; y, entre las sombras, un árbol de Navidad se erige, como un monumento a la inminente decepción de la alegría.