
El jardín se abre como una pasarela secreta, donde la naturaleza viste de gala cada rincón. El aire está bordado de flores, como si los tallos fueran costuras invisibles y los pétalos, pliegues de organza en movimiento. Es un escenario íntimo que respira frescura, feminidad y elegancia atemporal. Los naranjos se alzan como modelos coronados de perfume cítrico, las hortensias caminan en gamas suaves de azul y rosa, mientras las lavandas marcan el ritmo con su cadencia aromática. La fuente murmura como una orquesta discreta que acompaña el desfile, y la luz nocturna transforma esculturas y sombras en joyas efímeras sobre la piel del espacio. Cada material dialoga con la alta costura: los mosaicos son bordados, la piedra es corsetería que sostiene, la madera es la seda que acaricia. Así, el jardín no se contempla: se habita como un vestido. Una creación viva que celebra la botánica como impronta de Oscar de la Renta, delicada, fresca y profundamente femenina.
El jardín se abre como una pasarela secreta, donde la naturaleza viste de gala cada rincón. El aire está bordado de flores, como si los tallos fueran costuras invisibles y los pétalos, pliegues de organza en movimiento. Es un escenario íntimo que respira frescura, feminidad y elegancia atemporal. Los naranjos se alzan como modelos coronados de perfume cítrico, las hortensias caminan en gamas suaves de azul y rosa, mientras las lavandas marcan el ritmo con su cadencia aromática. La fuente murmura como una orquesta discreta que acompaña el desfile, y la luz nocturna transforma esculturas y sombras en joyas efímeras sobre la piel del espacio. Cada material dialoga con la alta costura: los mosaicos son bordados, la piedra es corsetería que sostiene, la madera es la seda que acaricia. Así, el jardín no se contempla: se habita como un vestido. Una creación viva que celebra la botánica como impronta de Oscar de la Renta, delicada, fresca y profundamente femenina.